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lunes, julio 03, 2006

Clubes - Club Honor y Patria

En blanco total, todos con corro frigio. Nació frente a un internado de señoritas en Avellaneda, como un sueño loco, una utopía más de los viejos socialistas europeos que forjaron los primeros años del siglo en estas tierras. El nombre tuvo varias alternativas, pero el deceso de Leopoldo Lugones inclinó la balanza por este Honor y Patria que reluce junto al gorro frigio de nuestra libertad. La primera cancha del club fue de baldosa tipo Sierra Chica, lo que obligó a pintar las líneas de color blanco y a tener que pasar aserrín a cada rato en los días de humedad y sudestada. Con el paso del tiempo los muchachos del HyP lograron destrezas únicas, tales como poder barrer un pase desde el piso deslizándose de banda a banda. Aunque no todos fueron destructores del juego. Otros verdaderos artistas del balón hicieron deleitar a las multitudes, pero la mayoría perdía los balones porque quedaban encantados con las fugitivas miradas de las chicas del internado. Una de ellas, la “Gringa” Mackiewicz, tenía un tono de voz que podía percibirse desde el círculo central del field. No hacía falta que se asome, todos sabían que ella estaba próxima a la ventana y perdían atención en el juego. Ella fue la culpable de que el HyP siga sin títulos todavía. En la final del Torneo Metropolitano de 1983, contra el Club Suizo, el HyP tenía la oportunidad de cambiar la historia. En el partido de ida lograron un heroico empate en cero con la destacada actuación del portero Gustavo Esprait. A la vuelta, se definía en casa. Todo Avellaneda colmó el estadio, el field estaba como nunca, rojo, brillante y patinoso para sacar ventaja de la localía. El árbitro también era una garantía: había recibido dos jamones torgelones la noche anterior. Todo estaba para cumplir el sueño de los fundadores. Pese a ello, se llegó al fatídico minuto 89 sin goles en los arcos. Sin embargo, todos estaban tranquilos, nunca le hicieron un gol de penal a Esprait. No porque fuese un gran atajador, sino porque ningún rival terminaba de hacer pie al momento de patear e indefectiblemente caían de bruces al piso. En eso, el juez Speroni otorga 1 minuto de adicional, y en la última pelota del partido aparece la tragedia, la belleza, la gloria y el paroxismo simultáneamente. El “Potro” Dominguez, que quemaba sus últimos cartuchos en el Suizo, revoleó un centro a la olla para el “Chiquito” Benítez. Era pelota muy fácil para Esprait, pero en su salto frontal y elevado en busca del balón, logró ver lo que esperó todo el torneo. La “Gringa” Mackiewicz se asomaba por la ventana y justo, en ese instante, él era la figura. El bobo no tuvo mejor idea que abrir su mano enguantada y saludarla, olvidándose de la Pinter número cinco. Fue gol, fue derrota, fue una apuesta que ganó la “Gringa” dentro del internado.



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